domingo, 14 de enero de 2007

La indignidad del fuego bacteriano en La Cepeda.

Fuente: Diario de León

DESDE el Instituto Cepedano de Cultura queremos hacer público nuestro apoyo a las tesis expuestas por la profesora Lourdes Gallo Pérez en un brillante trabajo firmado por ella, y publicado en el Diario de León, donde evidenciaba la dejadez que la Junta de Castilla y León ha demostrado desde hace años en la erradicación de la destructiva bacteria de «fuego bacteriano» en la comarca de la Cepeda y que, debido precisamente a esa desidia, la enfermedad asola sin remisión a miles y miles de frutales de la mancomunidad.

La profesora acierta plenamente cuando expone los motivos por los que la Cepeda padece esta catástrofe que motiva el corte y destrucción de más de 15.000 árboles frutales, y que fundamentalmente consiste en que la Junta de Castilla y León, a pesar de conocer desde hace cuatro años el inicio de la plaga, no hizo nada, y sólo cuando años después los vecinos del Bierzo han visto peligrar sus manzanos, sus perales o sus cerezos, la Junta decidió arrasar esa masa arbórea cepedana, dejando la comarca como un erial.

Así las cosas, desde el área medioambiental del Instituto Cepedano de Cultura queremos incidir en este y otros planteamientos cardinales.

Tal como demuestra el estudio del prestigioso especialista en la materia, doctor Durruti Cubría, a quien otra entidad cepedana le encargó un informe, el sistema de transporte para la destrucción de los árboles está contaminando en su recorrido las escasas zonas limpias de algunos pueblos, ya que los ejemplares enfermos se trasladan al aire libre y sin las debidas precauciones a una fosa común en el municipio de Quintana del Castillo, donde son quemados, infectando a su paso las áreas limpias. En otros lugares del país donde padecieron esta lacra, las medidas de profilaxis han sido, siguiendo los protocolos, extremas. Aquí la improvisación, la chapuza, la falta de rigor y el desaire a los habitantes y propietarios son, por el contrario, la tónica dominante.

Es inevitable que tarde o temprano esta calamidad termine judicializada. Al menos dos organizaciones han anunciado que denunciarán el desaguisado ante los tribunales. Cuando se demuestre que las autoridades competentes de la Junta sabían fehacientemente desde hace varios años, tanto por vía de algunos alcaldes, como de pedaneos y particulares que la bacteria Erwinia amylovora estaba afectando mortalmente a las rosáceas cepedanas, y que la Junta omitió actuar o lo hizo negligentemente, eso, con la ley en la mano, tiene un nombre y unas consecuencias punibles. A más de un responsable se le terminará helando la risita pavoneadora de la que han hecho gala insensiblemente hasta ahora.

Pero también es necesario hacer una autocrítica, si pretendemos ser ecuánimes. La Junta sabía que su inoperancia en la Cepeda no tendría demasiados riesgos. Esta mancomunidad de cinco ayuntamientos y 44 pueblos está envejecida, despoblada, rendida y con escasa capacidad reivindicativa, después de tantos años de emigración, olvido y desdén. Además es políticamente irrelevante.

En consecuencia, casi nadie se atrevió a plantarle cara a la todopoderosa Junta de Castilla y León de la que dependen en buena medida el conjunto de jubilados (el 85 por ciento de la población), los escasísimos agricultores en activo y casi todas de las infraestructuras, incluida la sanitaria y la educativa.

Sólo algunos escritores e intelectuales cepedanos en la diáspora, como Tomás Álvarez, Ricardo Magaz o Santiago Somoza han advertido desde hace tiempo en sus artículos del desastre medioambiental y económico que supone la plaga de «fuego bacteriano», su nula prevención y su negligente gestión. Incluso alguno de ellos denunció el caso ante el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación del Gobierno central.

Parece que ahora, aunque tarde y con secuelas irreversibles, algún ayuntamiento y unas pocas juntas vecinales empiezan a protestar y a pedir las lógicas explicaciones. Nunca es tarde para defender la tierra que les dio la vida. No obstante, aquellos que desde la Junta de Castilla y León han sacrificado y ninguneado alevosamente a la Cepeda no pueden irse de rositas alegremente. Esta indignidad del «fuego bacteriano» no debe quedar indemne de ninguna de las maneras.

Los cepedanos, sin excepción de colores, deben exigir la depuración inmediata de responsabilidades y, por supuesto, que los tribunales hagan justicia. La tierra y la honestidad lo demandan.

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